
El fuego ha sido un elemento definitorio del paisaje californiano a lo largo de la historia, pero en la actualidad se manifiesta con una intensidad y frecuencia sin precedentes. Este fenómeno es resultado de la intervención humana, el cambio climático y la proliferación de especies invasoras, que son plantas no nativas que afectan negativamente a los ecosistemas locales. Las hierbas y árboles introducidos en California para la agricultura, el paisajismo o de manera accidental han alterado profundamente la dinámica de los incendios en el estado.
Según David Acuña, jefe de batallón de Cal Fire, el Departamento Estatal de Silvicultura y Protección contra Incendios, «muchas especies no autóctonas pueden propagar el fuego más rápidamente que las plantas endémicas». Esta transformación es una de las principales causas de los incendios forestales, que se vuelven cada vez más devastadores en California y en otras partes del mundo.
Impacto de los humanos y las especies invasoras
En el sur de California, predominan los matorrales conocidos como «chaparrales». Este ecosistema se caracterizaba históricamente por plantas de bajo crecimiento y arbustos, donde las hierbas nativas eran perennes, lo que ayudaba a mantener la humedad y a conservar un aspecto verde durante la mayor parte del año. Los incendios eran poco frecuentes, ya que los rayos no alcanzaban su máximo potencial. Cuando ocurrían, las llamas no se propagaban mucho debido a los espacios abiertos entre las plantas, que actuaban como cortafuegos naturales.
Sin embargo, la introducción de gramíneas no nativas en el siglo XVIII alteró drásticamente este equilibrio. Estas plantas, traídas por colonos europeos, evolucionaron en un entorno de pastoreo intensivo y quemas regulares, lo que las hizo altamente resistentes a las perturbaciones. Como resultado, superaron a las especies autóctonas y llenaron los espacios vacíos en los matorrales, creando una capa continua de material inflamable, especialmente en áreas alteradas como las carreteras, que son puntos de inicio comunes para los incendios.
A diferencia de las gramíneas nativas perennes, las especies no nativas son anuales, lo que significa que mueren cada año y renacen a partir de semillas. Este ciclo de vida corto deja tras de sí una densa capa de vegetación seca y muerta hacia finales de la primavera. «Tienen una gran relación superficie/volumen y son muy planas y delgadas, lo que les permite mantener mucho material muerto en pie casi todo el año», explica Carla D’Antonio, investigadora de comunidades vegetales y profesora en la Universidad de California en Santa Bárbara. En mayo, la hierba muerta cubre el suelo, y según Hugh Safford, investigador de vegetación y ecología del fuego en la Universidad de California en Davis, es tan inflamable que puede encenderse con cualquier cosa: «Un cigarrillo, la chispa de alguien que arrastra una cadena por la carretera o un rayo».
Factores adicionales que contribuyen al riesgo de incendios
Los eucaliptos, que fueron introducidos en California a mediados del siglo XIX desde Australia, añaden otra dimensión al riesgo de incendios. Estos árboles, conocidos por su aroma característico, poseen hojas aceitosas que son extremadamente inflamables. Su corteza de papel se desprende y se transporta con el viento, llevando brasas a distancias de hasta media milla. El verdadero problema surge cuando las personas plantan eucaliptos cerca de sus hogares: «Estás sembrando una planta que arde con gran intensidad al lado de una casa, que está compuesta principalmente de materiales derivados del petróleo. Esto genera un fuego muy potente», argumenta Acuña.
El incendio del túnel de Oakland en 1991 generó un intenso debate sobre la necesidad de eliminar los eucaliptos. «La gente desea conservarlos porque son emblemáticos, pero su inflamabilidad es un gran riesgo», señala Safford. A pesar de esto, desde una perspectiva paisajística, los pastos invasores siguen siendo una preocupación aún mayor.