
Si mañana Anastazia y Victoria decidieran dejar su labor, los corales enfrentarían una extinción inminente. Sin su dedicación para preservar las últimas células de estos organismos en un almacén oculto, situado en un complejo costero y a temperaturas de -196° centígrados, el futuro de varias especies de corales en México quedaría comprometido. El esfuerzo y la tenacidad de estas dos científicas, junto con su equipo, son cruciales para la supervivencia de estos ecosistemas marinos.
El Biorrepositorio Mexicano de Corales
Anastazia Teresa Banaszak y María Victoria Grosso forman parte del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, ubicado en Puerto Morelos, al sureste de México. Este instituto, construido en los años ochenta entre lagunas y manglares, fue diseñado para soportar los embates de huracanes, así como el sol y la humedad de la región. Su estructura se asemeja a una caracola marina: en el centro se encuentra el área de convivencia, mientras que los salones, laboratorios y bodegas se extienden alrededor, permitiendo la circulación del aire. En el corazón de esta caracola se halla el Biorrepositorio Mexicano de Corales, una especie de arca de Noé en tiempos difíciles, donde Anastazia y Victoria mantienen congeladas células de corales que están al borde de la extinción debido a una extraña enfermedad conocida como síndrome blanco.
A pesar de que el Instituto fue creado con el propósito de investigar los océanos y sus recursos desde diversas disciplinas como la Biología, la Geofísica y la Geología, han transcurrido cinco años sin que los científicos hayan logrado descifrar la causa de la mortalidad masiva de los corales. Esta situación ha llevado a un esfuerzo considerable por fortalecer el Biorrepositorio, con el objetivo de prevenir la desaparición de los corales, unos organismos que han existido en nuestro planeta durante 500 millones de años.
La amenaza del síndrome blanco
Numerosos estudios han sido publicados en el ámbito académico, pero aún no hay consenso sobre si la enfermedad es causada por un virus o una bacteria. Existen teorías que sugieren que podría haber surgido de aguas residuales vertidas al océano o que podría haber sido transportada por el lastre de cruceros que llegan anualmente a la región. Lo que se conoce es que esta enfermedad apareció en 2019 y es provocada por un grupo de agentes aún no identificados que afectan a los corales: dañan su tejido vivo, los decoloran y los dejan prácticamente desnudos, reduciéndolos a su esqueleto. Según ha señalado un investigador de la UNAM, al menos el 40% de las especies de coral en el Caribe mexicano han sucumbido a esta enfermedad.